"Si apagan los celulares, quizás puedan disfrutar del show", dijo Björk en pleno concierto, el año pasado en nuestro Gran Rex. Cansada de esos aparatitos que no dejaban de retratarla o filmarla, la islandesa paró la canción que estaba interpretando para rogar que hicieran valer el dinero de la entrada de otro modo.
Desde hace unos 4 o 5 años, cada vez que fui a un recital -de esos en los que la gente está sentada, obvio, como Jethro Tull por ejemplo- no pude evitar compadecerme de los pobres tipos que lo único que hacen es sostener el telefonito en alto para retratar a quien está en el escenario, cuando (me parece) lo verían mejor con sus propios ojos, y no a través de una pantalla. Para eso, es mejor esperar el material de algún otro bobo que lo grabe y bajarlo de Youtube.
¿Qué lleva a la gente a dejar de lado la emoción de tener enfrente a ese que sólo ves en las revistas o la tele, y pasarse la noche filmándolo o sacándole fotos? ¿Por qué ese afán por dejarlo todo registrado?
Si hay algo que envidio en cualquier acontecimiento es el famoso "yo estuve ahí...": el que vio a Sumo, el que fue al show de McCartney en River, el que vio a Almendra en un teatrito de mala muerte, el que estuvo en Obras en 1987 para el primer show argentino de Ramones, inclusive el que fue a algún partidazo de fútbol... Todos sucesos con muy pocos registros audiovisuales, lo que los hace aún más especiales. En un futuro cercano, ese componente se perderá por completo, debido a que TODO podrá ser visto u oído.
Tal vez la frase se modifique: "Yo no estuve ahí, pero me lo pasó un amigo por mail". Si es mejor o peor, es opinable, yo prefiero la envidia que me produce saber que alguien vio algo que yo me perdí, y la pequeña gran satisfacción de exclamar "yo estuve ahí...".